Adiós

Ahora os invitaré a un viaje al pasado, como si algunas personas, después de años, otra vez partieran para volver allí donde en aquel entonces ocurrió algo decisivo. Esta vez, sin embargo, no  hay peligro que acecha, todo está superado ya. Más bien parece como si unos luchadores veteranos, después de largos años de paz, atravesaran otra vez el campo de batalla en el que tuvieron que mostrar su coraje. Desde hace mucho tiempo la hierba vuelve a crecer allí, y los árboles florecen y llevan su fruto. Quizás, ni siquiera reconozcan el lugar, porque no aparece como ellos lo recordaban, y necesitan ayuda para orientarse.

Porque es curioso de qué maneras tan distintas nos enfrentamos al peligro.

Un niño, por ejemplo, queda paralizado de miedo ante un perro grande. Al llegar la madre y levantarlo en sus brazos, la tensión va cediendo y el niño empieza a llorar. Pero al cabo de muy poco ya vuelve la cabeza para mirar, ahora desde la altura segura y sin miedo, al terrible animal.

Otro, al cortarse, no puede ver cómo corre su propia sangre. En cuanto gira la vista, sin embargo, tan sólo siente poco dolor.

Malo es, por tanto, que todos los sentidos juntos queden atrapados por los hechos, sin poder actuar cada uno por separado, y que el individuo se vea arrollado por ellos de manera que ya no ve, ni oye, ni siente, ni sabe qué es real.

Ahora emprenderemos un viaje en el que cada uno, de la manera que le parezca, lo verá todo, pero no de golpe, y también lo vivirá todo, pero con la protección que él desee; un viaje en el que también podrá comprender las cosas que cuentan, una tras otra. El que quiera podrá dejar que otro lo represente, como uno que en casa se pone cómodo en su sillón y, cerrando los ojos, sueña con el viaje que se ve hacer, y que, a pesar de permanecer en casa y dormir, lo vive todo como si realmente estuviera allí.

El viaje nos lleva a una ciudad que en su tiempo fue rica y famosa, pero desde hace mucho está vacía y solitaria, como una ciudad fantasma del Lejano Oeste. Aún se ven las minas en las que se excavaba el oro, las casas casi intactas, incluso la ópera aún existe. Pero todo está abandonado. Desde hace mucho tiempo, aquí no queda más que el recuerdo.

El que emprende este viaje se busca una persona conocedora para que lo guíe. Así llega a ese lugar, y el recuerdo se despierta. Aquí, pues, fue aquello que tanto estremeció, que aún hoy le cuesta recordar por el dolor que le causó. Pero ahora el sol brilla sobre la ciudad abandonada. Donde en su tiempo había vida, gentío y violencia, se ha hecho la calma, casi la paz.

Así pasean por las calles, y finalmente encuentran la casa. Aún vacila, pensando si realmente quiere arriesgarse a entrar, pero su acompañante piensa adelantarse solo, para mirar primero y saber si el lugar es seguro ahora, y si aún queda algo de aquel entonces.

Mientras tanto, el otro se queda fuera, mirando por las calles vacías. Vuelven los recuerdos de vecinos o amigos que allí había, recuerdos de escenas en las que él estaba feliz y alegre, emprendedor y lleno de ganas de vivir, como niños imposibles de parar porque empujan hacia adelante, hacia lo nuevo, lo desconocido, lo grande, lo amplio, hacia la aventura y el peligro superado.

Así pasa el tiempo.

Finalmente, su acompañante le hace una señal para que le siga. Entra él mismo en la casa, llega al vestíbulo, mira a su alrededor y espera. Sabe qué personas hubieran podido ayudarle en aquel entonces para soportarlo, personas que lo amaban, que también eran fuertes y valientes, y sabían. Le parece como si ahora estuvieran aquí, como si oyera sus voces y sintiera su fuerza. Después, su acompañante le coge de la mano y juntos abren la puerta que realmente lleva al interior.

Aquí, pues, se encuentra él: ha vuelto. Coge la mano que le trajo hasta aquí y tranquilamente mira a su alrededor, para ver cómo era realmente, lo uno y lo otro, todo. Curioso, ¡qué diferente lo percibe, si permanece recogido y de la mano del que le ayuda! Aún recordando aquello que durante mucho tiempo estuvo apartado, como si por fin encajara lo que también forma parte. Así espera y  mira, hasta saberlo todo.

Después le invade el sentimiento, y detrás de aquello que se encontraba en un primer plano siente el amor y el dolor. Le parece como si hubiera vuelto a casa, y mira al fondo, donde ya no existen ni el derecho ni la venganza, donde el Destino obra y la humildad cura, y la impotencia establece la paz. Su acompañante mantiene cogida la mano para que se sienta seguro. Respira profundamente, después se entrega. Así sale lo que tanto tiempo estuvo retenido, y él se siente ligero y lleno de calor.

Cuando todo ha pasado, el otro lo mira y dice: “Quizás, entonces cargaste con algo que debes dejar aquí, porque no te pertenece ni se te puede exigir. Por ejemplo, una culpa arrogada, como si tuvieras que pagar por lo que otros tomaron. Déjalo aquí. También aquello que debe serte ajeno: la enfermedad de otros, su suerte, su creencia o su sentir. También la decisión que fue para tu mal: déjala aquí ahora.”

Las palabras le sientan bien. Se siente como alguien que llevaba una carga pesada y ahora la pone en el suelo. Respira aliviado y se sacude. En un principio se nota ligero como una pluma.

El amigo vuelve a hablar: “Quizás, entonces también dejaste o abandonaste algo que debes conservar, porque te pertenece. Por ejemplo, un talento, una necesidad íntima, quizás también inocencia o culpa, recuerdo y esperanza, el valor para una existencia plena, para el actuar que a ti te corresponde. Vuelve a recogerlo ahora y llévalo contigo a tu futuro.”

También a estas palabras asiente. Después, examina lo que entonces abandonó y ahora debe recuperar. Al tomarlo, siente el suelo bajo sus pies y percibe su propio peso.

Después, el amigo lo lleva unos cuantos pasos más allá, y juntos llegan a la puerta del fondo. La abren y encuentran… el saber que reconcilia.

Ahora ya no aguanta más en el lugar de antes. Tiene prisa para partir, le da las gracias a su amable acompañante, y emprende el camino de vuelta. Al llegar a casa, aún necesita un tiempo para orientarse con la nueva libertad y la antigua fuerza. Pero secretamente ya planea el próximo viaje: esta vez a tierras nuevas y desconocidas.

Gunthard Weber.

Según mi interpretación o lo que siento al leer esta historia, para mi describe a la perfección el proceso personal de sanación y el trabajo del terapeuta como acompañante. Sin palabras… si necesitas que alguien te coja la mano, la mía está disponible…

      

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