La Curación

 En tierras de Aram -donde hoy en día se encuentra Siria- en viejos tiempos vivía un general; en un principio era conocido por su fuerza y su valentía; después, empero, atormentado por una grave enfermedad, no pudo tener contacto con nadie, ni siquiera con su mujer: tenía lepra.

 Un día, una esclava le contó que en su país había un hombre que sabía curar su enfermedad. Así, pues, reunió un gran séquito, cogió diez talentos de plata, seis mil monedas de oro, diez vestidos de fiesta, además una carta de recomendación del rey, y se puso de camino.

Al cabo de una larga marcha, y algún extravío, llegó a la casa del curandero, y a voces pidió entrada. Allí estaba, pues, con todo su séquito y todo su tesoro, la carta de recomendación de su rey en manos -esperando. Pero nadie le hacía caso. Ya empezó a ponerse impaciente y nervioso, cuando se abrió la puerta y salió un criado, dirigiéndose a él diciendo: -Mi amo te hace saber: “Lávate en el Jordán, entonces te curarás”.

El general pensaba que se estaba burlando de él, gastándole una broma.

-¿Qué? -dijo- ¿Éste quiere ser curandero? ¡Al menos hubiera tenido que salir personalmente, implorar a su Dios, iniciar un largo ritual y tocar con su mano cada llaga de mi piel! ¡Eso quizás me hubiera ayudado! ¿Y ahora quiere que simplemente me bañe en este Jordán?

Y se giró, furioso, para emprender el camino de vuelta.

En el fondo, éste es el final de la historia. Pero dado que se trata de un cuento, aún acaba bien.

Cuando el general ya llevaba unos días en el camino de vuelta, una tarde se acercaron sus criados al persuadirlo con buenas palabras. -Querido padre- dijeron, si ese curandero te hubiera exigido algo extraordinario, por ejemplo que cogieras un barco, te fueras a países lejanos, te sometieras a dioses desconocidos, durante años escudriñaras tu propio pensamiento, y tu fortuna se hubiera gastado, seguramente lo habrías hecho. Pero tan sólo te pidió algo muy sencillo.

    Y se dejó convencer.

    De mal humor y mala gana fue al Jordán, con repugnancia se lavó en sus aguas, y se hizo el milagro.

    Al volver a casa, su mujer quería saber cómo le había ido.

    -Ya ves- dijo-, vuelvo a estar bien. Pero por lo demás no hubo nada.

A veces parece que lo simple y sencillo, o lo fácil no tiene valor. Pero ahí está la belleza, la belleza de la vida, en lo simple y sencillo. Es lo que tiene mayor valor, dejar a un lado las grandes expectativas y lo que parece extraordinario. Lo sencillo, lo fácil, lo que está al alcance de tu mano es lo que necesitas, no por ser fácil y sencillo pierde su belleza y valor. Todo lo que necesitas está en ti y a tu alrededor. Déjate fluir con la vida, extiende tus manos y toma, toma la vida tal cual es.

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